Transcurría el primer lustro de los años sesenta,
poco después de haberse “retirado” mi padre luego (como he puntualizado en alguno de mis escritos)
de una ardua vida de trabajo
que empezara
(junto con sus papás)
desde niño en las diferentes Regiones del País.
(Justo en plena efervescencia de la “Revolución Mexicana”).
Fue ya casado y habiendo procreado a la mayoría de sus hijos cuando accidentalmente le cayó encima una “troza”
(“sección del tronco de un árbol suficientemente grueso y largo como para aserrar tablas…”)
que estuvo a punto de
“costarle la vida”.
Recuerdo sus manos grandes mostrando aún las huellas de aquellos años de dura faena
(cuando faltaba yo de nacer)
en los “Montes Altos” tanto de:
Michoacán,
como del Estado de México, Puebla y finalmente del
Istmo entre Oaxaca y Veracruz.
Con el correr del tiempo
formó parte de la “industria automotriz” como “socio” de la “Distribuidora Chrysler”
(una de las tres grandes marcas automovilísticas norteamericanas)
en la ciudad de
Córdoba, Ver.,
separándose
(después de un prolongado periodo de actividad laboral) para dedicarse “de lleno” a sus “pasatiempos” (“hobbies”):
-La práctica del “Tiro al blanco”,
así como lo relacionado,
entre otras habilidades,
a su invención de especializadas “miras telescópicas” para rifles.
(como lo he citado en otros de mis “escritos”)
-La Lectura.
Adquiriendo, para aumentar sus conocimientos, las eficaces “Enciclopedias”
(“…es una obra que contiene información sobre todas las materias en la mayor parte de los campos del conocimiento”
Katz W.)
Recuerdo, siendo yo niño, que lo visitaban vendedores a domicilio (“recomendados”) representantes de diferentes “editoriales”. Entonces luego de un rato tras la puerta,
me “hacía presente” para escuchar mejor las técnicas y estrategias de convencimiento que utilizaban para “cerrar su venta”. Así fue como mi papá adquirió libros y enciclopedias para uso tanto personal como familiar;
yo las consulté para muchos trabajos escolares:
“Gran Enciclopedia Universal Cumbre”
(“Diccionario Enciclopédico”).
Luego compró otras y otras más; consecuentemente mandó a hacer un gran librero de una “madera de bálsamo”(sándalo)
“…es un material bastante fuerte y durable, su madera es muy resistente a las inclemencias del clima. Tiene una larga duración al intemperie y en contacto con el suelo. Seca rápidamente al aire libre sin presentar deformaciones, agrietarse ni apolillarse. Al ser una madera muy dura, es difícil de trabajar
(en aquella época a los carpinteros les sangraba la nariz)
por lo que se requiere utilizar herramientas con filos reforzados y usar cortes adecuados…”
Ese trabajo lo realizó un famoso carpintero de apellido Santamaría, ubicado en la “Ave. Uno”
(entre calles 14 y 16).
A ese “particular librero” fueron acomodándose uno a uno:
• “Enciclopedia Uteha para la Juventud”
• “Enciclopedia Salvat”
• “Diccionario Enciclopédico Espasa-Calpe”.
• “Diccionario enciclopedia Cumbre”.
Mi papá después de desayunar se sentaba a leer por horas. Dada su extraordinaria memoria iba acumulando innumerables conocimientos de tal forma que cuando algún tema le
“llamaba la atención”, empezaba a consultarlo
en más de una versión
de aquella colección,
(algunas con imágenes)
cerciorándose así de la veracidad de su búsqueda.
Para “la hora de la comida”, después de escuchar
“La Tremenda Corte”
en la radio
(ya narré sobre ello)
de pie junto al refrigerador;
(lo recuerdo como si fuera hoy). Dada su estatura y mi corta edad al verlo me parecía altísimo, mientras se divertía con las ocurrencias de
“Tres Patines”.
Ya sentados me pedía que fuera por la botella de vino para tomar una copa y compartir con la familia.
A mí me tocaba solo un “chorrito”; de esa manera fue como aprendí a degustar y conocer de vinos y marcas.
El vino que durante muchos años se tomó en casa era:
“Federico Paternina”
“banda” (roja, azul o dorada), que se conseguía a bordo de los barcos que llegaban al Puerto de Veracruz.
Después hacía los comentarios sobre lo que había leído en la mañana, resaltando lo más interesante para él.
(una síntesis de su aprendizaje matutino).
Al librero se iban sumando varios tipos de textos.
Igualmente he dicho que siendo niño mi papá me sentaba en sus piernas para explicarme a detalle temas de pintura (apoyándose en imágenes y fotografías) de Historia y un sinfín de conceptos culturales que descubría en sus lecturas. Un poco más grande este “ejercicio” dejó de ser tan atractivo pues, en ese momento, prefería entretenerme con algún juego individual o con amigos; situación que él comprendía.
Sin embargo me atraían mucho los argumentos relacionados con el
“Continente Africano”:
“…África es el Continente más pobre pero paradójicamente es al mismo tiempo el más rico:
animales únicos y salvajes,
ecosistemas increíbles,
curiosidades sin parar, y
sobre todo una gran riqueza étnica…La tribu africana formada por las personas de mayor estatura del mundo: Los “Watusi”
que en promedio miden más de 2 metros…”.
Ese Continente casi desconocido en este lado del Atlántico en aquella mitad de los años 1950.
A la casa, según supe, llegó una “Biblia” del abuelo compuesta de varios “tomos” que ocupó toda la parte baja de ese librero.
Varias veces oí que en uno de esos volúmenes se leía que hubo un príncipe
“…Rúrik «famoso líder guerrero» considerado
“el padre de Novgorod”,
que gobernó la “Rus
(“Ros” ó “Rhos”, como nuestro apellido.)
de Kiev” sentando las bases de lo que posteriormente sería Rusia…”
Toda la parte superior del mueble se destinó para las
“Obras Escogidas”.
“Biblioteca de Premios Nobel”
“Editorial Aguilar”.
¡Ahhh cuando “alguno” tomaba un libro y no lo regresaba a su lugar o lo metía en otro “hueco”,
mi papá preguntaba indignado:
-¡“Aquí falta un libro”!
…y ¡ardía Troya!
(hasta que no aparecía)
Era común que me pidiera estando en la sala:
-“Lalo… tráeme el libro noveno de derecha a izquierda en el espacio tal del nivel tercero…”
¡y ahí tenía que estar!
Aparte de ser “autodidacta” en varias disciplinas tenía (repito) una memoria privilegiada que cuando veía un utensilio que le interesaba lo investigaba a fondo, lo desarrollaban a través de “ensayo y error”
(utilizando sus habilidades natas)
hasta que conseguía no solo realizarlo sino aún más perfeccionarlo. Era minucioso incluso con el más mínimo detalle.
Gracias a Dios, como el hijo menor que permaneció más tiempo en casa, tuve la fortuna de vivir de cerca el día a día de mi padre:
Don Salvador Ros Llopis.
Así pasé aquellos años de mi infancia entre libros, música y
¡el piano de cola, de mi madre, que destacaba en la sala de casa!
Después fue en la “Secundaria” y “Preparatoria” donde consultaba a menudo las “Enciclopedias” y “libros” de mi papá.
“Mi padre fue mi maestro. Pero lo más importante es que fue un gran padre”