La memoria de los libros

Cuando camina, el Doctor Carlos Manuel Galán se rebela contra el concepto de ciudad. Pasa, con un morral al hombro y la mirada al suelo, frente a lo único que permanece de ella: el parque, los portales, el palacio… Todo lo demás, tiene la caducidad de un periódico.

La ciudad, cualquier ciudad, vive horrorizada con el pasado y convirtiendo en espectáculo todo lo que toca: el deporte, el sexo, las pasiones, la naturaleza, el dolor (véanse las notas rojas) y también la historia, incluida la más reciente, la de todos aquellos que han vivido y viven en sus calles. Contra eso se rebela el Dr. Galán cuando camina por el centro de Córdoba.

Lo hace con pasos sigilosos, como el que llega tarde y quiere ocultarlo. Son también los pasos volátiles de un corredor de fondo en el último minuto. Cada paso concentra, sin embargo, la entereza del instante, o como diría el dramaturgo Bertolt Brecht, de ese ahora que viene del antes y se funde en después. Son los pasos de un hombre viejo.

Su espalda, ya arqueada, es la continuidad de una mirada construida básicamente de palabras, páginas, libros. El pelo cano, celosamente peinado hacia atrás, es algo más fotográfico: el encuentro frente a ese espejo de lo cotidiano que cada mañana le recuerda algo esencial: “Usted vive”.

Su figura es la continuidad de su idea de la historia. Y de la educación, que es de lo que viene a hablar el Dr. Galán, rodeado de estanterías y de los viejos tomos que dan forma al archivo municipal. La memoria no es una línea recta, sino una gran cantidad de asociaciones que lleva a un acontecimiento, y este acontecimiento, dice el Dr. Galán, no es una historia de vencedores o vencidos.

“La historia no son hechos pasados, no son hechos entre buenos y malos. La historia es un análisis de lo que sucedió, cómo lo conceptualizamos ahora y cómo lo podemos proyectar hacia el futuro. La historia no es algo estático, como desgraciadamente a veces se confunde”, explica el Dr. Manuel Galán. Y entiendo, sin que él lo diga, que la historia puede ser el reflejo del espejo donde uno se peina.

La educación prohibida

Uno de los edificios de la ciudad que permanecen, al menos como estructura, es el antiguo Colegio Preparatorio de Ciencias y Artes. Hoy tiene el nombre de Josefa Ortiz de Domínguez, pero tuvo otros nombres, también antes de su fundación como preparatoria a finales de 1870. De aquella época conserva los arcos que rodean el patio interior y la sobriedad de sus muros. En algunas partes son visibles las marcas de agua y las plantas que nacen entre las grietas del concreto.

Media docena de palomas pepenan los restos de comida que ha dejado un acto navideño antes del cierre de las aulas por la temporada vacacional. Dos mujeres barren el interior. El sonido de las escobas hace más perceptible ese espacio vacío y lleno de ecos que deja una escuela sin niños.

El Dr. Galán cuenta el pasado de esta escuela en orden cronológico, pero sin atender al tiempo, sino al significado. Entender por qué la Preparatoria de Ciencias y Artes tuvo tanta importancia como motor de la educación en Córdoba y el país. Por qué el esfuerzo de maestros como José María Mena Sosa, Antonio Herrera, Juan Lipsky o Cenobio Paniagua, fueron un acto trascendental, más allá de nombres, placas o actos conmemorativos.

El relato del Dr. Galán comienza cien años después de la fundación de Córdoba, una ciudad que, salvo algunas casas para el comercio, recuerda Galán, vive sin educación. El panorama era desolador. La Iglesia dirigía los escasos esfuerzos para atender a los niños y jóvenes de la villa. Una educación exclusiva para varones criollos, hijos de españoles principalmente.

“Era una idea general hacia el estado y todo lo el Virreinato. Cero educación para los nacionales y poca educación para los de fuera. ¿Para quienes? Para hijos de europeos, principalmente españoles. Era una educación dirigida por la Iglesia. Decían: no es necesario que varones ni mujeres se eduquen. Los varones que sepan sólo leer, escribir y contar. Las mujeres que sepan, si pueden, leer y escribir, pero sobre todo coser”.

Córdoba era un centro de vocación comercial rodeada de haciendas sostenidas principalmente por esclavos, en todas sus variantes. El nombre de Lope Antonio de Irivas, dueño de la hacienda de San José de Omealca, aparece como uno de los avales de la esclavitud. Explica el Dr. Galán que este hombre es recordado por su trato déspota hacia la población negra (¿hay algún tipo de esclavitud que no lo sea?), aunque ese hecho quedara opacado en la historia por las acciones de su hija Ana, que usó parte del dinero heredado de su padre para redimirle ante los ojos de Dios creando una escuela asilo.

Ana era una mujer casada y dada a “las labores pías”, dice Galán. No vio finalizada su obra, una escuela para niñas “blancas y españolas”. Lo que más tarde se conocería como el Colegio de Niñas de Señora Santa Ana, fue una de las primeras experiencias educativas en la villa de Córdoba, siempre siguiendo los lineamientos de la Iglesia.

La capilla adjunta era el centro de oración. El espacio, ahora, se siente húmedo. Tiene bóvedas altas y en la entrada pueden verse los restos de pintura de un fresco decorativo. En los laterales de las bóvedas hay pequeños vitrales amarillos con una cruz al centro. En 1881, este espacio sería ocupado por el compositor michoacano Cenobio Paniagua, dando forma a la Academia de Música, extensión del Colegio Preparatorio. El sonido del piano, los violines y el canto de los estudiantes, “jóvenes y señoritas”, ocuparon temporalmente el espacio de los rezos. Los violines se callarían definitivamente durante la Revolución.

Un telescopio sobre la iglesia

El Doctor Galán revisa las fechas exigido por ese apego a la precisión de los investigadores. Nada más. Lo importante es la historia viva, explica. Dimensionar en este caso la relevancia de que esos niños estén hoy rodeados por los arcos del pasado, escribiendo en las aulas de una vieja escuela del centro de la ciudad… Escribir. Un logro tan esperado durante tanto tiempo.

Los precedentes de las instituciones educativas en la villa hicieron de la fundación del Colegio Preparatorio de Ciencias y Artes un acto, hasta cierto punto, monumental. El Dr. Galán subraya las palabras “Artes y Ciencias” para bautizar a un edificio que se inauguró con 24 alumnos, todos varones y bajo una educación aún elitista, aunque aspirase a dejar de serlo. Cada uno de ellos debía comprar sus propios libros, haciéndolo una utopía para la mayoría de familias locales de mediados del siglo XIX.

“El Colegio Preparatorio buscaba que hubiera una educación propia, práctica , popular, gratuita y de acuerdo con la reforma social, es decir, empezaba hablarse de democracia y de universalidad del conocimiento. Formaban no sólo en el aspecto del conocimiento, también en el aspecto ético, moral, emocional… Curioso, cada mes evaluaban física y medicamente a cada alumno. También en secundaria. Así los guiaban a uno u otro deporte, a unos u otros conocimientos. ¿En qué escuela se hace eso ahora?”

El Colegio fue ampliando su oferta educativa con materias como inglés, francés, moral, física, química… Los estudiantes podían practicar distintos deportes, algunos desconocidos hasta entonces en la región, como el waterpolo (recuerda el Dr. Galán que en el colegio castellanizaron el concepto y fue conocido como hidropolo). El Colegio preparatorio fue la sede de la primera competencia de esta especialidad deportiva en el estado.

Todavía bajo la rectoría de Mena Sosa, el Colegio Preparatorio adquirió material de física importado de Europa, pero fue destruido en parte por un terremoto. Los alumnos usaron la torre de la iglesia para poner un observatorio astronómico, explica el Doctor Galán. Desde lo más alto de este edificio católico, pieza clave en la educación religiosa de la colonia, un grupo de estudiantes observaban ahora la constelaciones, identificaban estrellas y subrayaban el nombre de Galileo en sus libros de ciencias.

La población y la economía fueron golpeadas por epidemias de fiebre amarilla, vómito negro y gripe española. Un terremoto dañó también las estructuras de la escuela Preparatoria. Ésta se levantaba una y otra vez, impulsada por pedagogos que luchaban por ejercer una educación popular.

“Este colegio fue un hito en todo el país y, después, un medio para que se instaurara el Congreso Pedagógico en 1915, que dio luz a la primera Secundaria en todo el país. De esta escuela han salido personas útiles a la sociedad: taxistas, carpinteros, gobernadores, periodistas o pedagogos connotados como el propio Enrique Herrera Moreno, fundador de la Escuela Secundaria”, afirma Graciela de la Llave.

Catedrática en Pedagogía, la voz de Graciela es transparente, en el sentido de que se escucha como un arroyo de sensaciones, perceptibles en su tono igual que se percibe la cadencia del agua en un río. Ese tono es sobre todo emotivo, porque recuerda no sólo la importancia de las escuelas públicas cordobesas en la formación de varias generaciones, incluida la suya o la de sus padres y abuelos; también la relevancia de estudiar y entender el papel de personajes como Manuel Suárez, impulsor de la Universidad Veracruzana. Entenderlo es algo más que datos biográficos. Es sustraer lo esencial de la historia, aquello que es inmutable, como el ejercicio de la observación para aprender a pensar.

Dice Graciela que los jóvenes necesitan de toda nuestra atención, y que esos maestros son la posibilidad de superar crisis como las actuales, donde la educación ocupa un triste espacio.

“Es bueno irse a estudiar a los pedagogos de entonces, a los que formaron parte de esos colegios y esas escuelas, porque algo nos dijeron que no hemos hecho bien. Tenemos que retomarlo, reflexionarlo y a lo mejor enriquecerlo, pero seguir con los lineamientos de esa educación que fue un referente, y que por algo fue un referente”.

El tiempo devastador

A un par de kilómetros del centro de la ciudad, en la zona industrial, pueden escucharse las máquinas de las acererías y empacadoras que manufacturan día y noche sus productos. El sonido de las fábricas en la madrugada, durante el sueño, recuerda el triunfo de la idea del tiempo uniforme y devastador. Contra ese tiempo se rebelan los pasos del Dr. Galán subiendo las escaleras del ayuntamiento, encaminándose al archivo municipal. A la memoria de los libros.

Cuando Graciela reclama atención para los jóvenes y reflexiona sobre cómo hacerlo, busca ejemplos del pasado. No los busca para imitarlos, sino para comprender nuestro presente y mejorarlo. A pocos kilómetros del Museo de Córdoba, donde Graciela busca respuestas, las fábricas ocultan a los obreros que trabajan en su interior.

La experiencia de cada uno de ellos, su experiencia subjetiva, ha sido golpeada una y otra vez por la idea moderna del tiempo. Todo lo que les rodea cambia de manera más rápida que sus propias secuencias de vida. De esta forma su historia se vuelva efímera, incomprensible. Y en su caso, la mayor parte del tiempo, oculta por las láminas de una fábrica. Por eso Graciela busca respuestas.

“Acordémonos que es una condición universal que para que un país progrese, tiene que haber educación”, afirma el Doctor Galán, con una hoja de apuntes en sus manos, recordando que una escuela levantada hace más de 200 años no es sólo cuestión de historia. Es una proyección hacia el futuro.

Nota: Video y Texto publicados por El diario El mundo de Cordoba. Escrito por Samuel Mayo.
https://www.elmundodecordoba.com/index.php/local/local-conten-izq/63274-La-memoria-de-los-libros
https://www.facebook.com/Tumundoadiario/videos/1536600913083816/

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